sábado, 20 de octubre de 2012

De Praedestinatione.

Sobre la Predestinación.


Predestinación: 2. f. Rel. por antonom. Ordenación de la voluntad divina con que ab aeterno tiene elegidos a quienes por medio de su gracia han de lograr la gloria.


Una de las modas de los últimos lustros, es creer en la predestinación, término que se ha simplificado en "destino", el cual proviene de "predestinación", siendo sinónimos. El "destino" es una  «fuerza desconocida que se cree obra sobre los hombres y los sucesos».

Como casi todo lo de hoy en día, no es algo nuevo, sino que ya en el s. XVI fue ideado por Calvino, siendo rápidamente criticado y censurado por la Contrarreforma tridentina. Pero ahora, se podría hablar de una "cultura del destino", en la cual este destino sería una figura divina. Su reaparición y extensión ha sido gracias sobre todo a películas de Hollywood -por lo tanto financiadas y supervisadas por el Nuevo Orden Mundial-, series de televisión y obras literarias románticas, cuyo público es mayoritariamente adolescente, es decir, a los más fáciles de inculcar unas ideas que caen por su propio peso.

Y es que esta nueva "cultura del destino" promueve que el destino existe. Y no sólo eso, sino que se puede cambiar, modificar y pelear contra él. Cosa completamente incongruente, pues si el destino está escrito y predeterminado, en el momento en que alguien rompe con su destino, lo cambia, lo modifica o se lo carga, éste desaparece. Y... ¿cómo es que el propio destino no había previsto que iba a ser destruido? ¿Si el destino había destinado que iba a ser modificado es destino también aunque destrozado? Un ser deja de existir en el momento en que deja de ser, por lo que en caso de que alguien rompiera con su futuro, este futuro no existiría. Ni al principio ni al final.

Igualmente, en caso de existir el destino, ¿para qué esforzarse alguien en hacer algo? ¿Para qué esforzarse por ejemplo en estudiar o trabajar si el destino ya ha dictado sentencia y "lo que tenga que ser será? No me sirve de nada matarme a estudiar o a trabajar, pues si mi destino es ser pobre, por mucho que yo luche por procurarme un futuro y por buscarme una vida cómoda y placentera, mi hado va a decir que nanay, y ya se procurará dar por saco todo lo que pueda para que mi destino se cumpla. En el caso contrario, si mi destino es ser rico y tener una buena y larga vida, ¿para qué esforzarme en luchar por mis sueños? Mi futuro está predestinado, me quedo en casa, en la cama, calentito, durmiendo y ya se preocupará mi destino de auto-cumplirse. El día menos pensado me acostaré en mi casa de alquiler y ¡chof! despertaré en un chalé con sirvientes. ¡Gracias destino!

La predestinación calvinista tampoco puede cumplirse por los mismos motivos. Partiendo de que Dios ya ha puesto a "cada uno en su sitio", se obre como se obre y se viva como se viva, estaríamos ante una divinidad esclavista, totalitaria y cruel -justo al contrario de cómo es Dios-. Además, según Calvino, Dios nos daría señas para saber si nos vamos a salvar o no; si nos va bien en la vida, es señal de que el Cielo nos aguarda, si por el contrario, todos lo que nos ocurren son desgracias, estaremos condenados eternamente. Por lo que se acentúa la vagancia, pues si a uno le fuera mal y supiera de ante mano que su futuro es estar lejos del Cielo, ¿para qué esforzarse en salir de esa situación? Los únicos beneficiarios de este pensamiento es la burguesía del centro-norte europeo -justo donde más arraigó este dogma-, pues se acomodan más en su situación, teniéndose sólo que preocupar por las cosas terrenales, olvidando la espiritualidad y las obras. Encima de injusto, Dios premia a los que menos se esfuerzan y mejor lo están pasando.

No se puede creer en la predestinación porque no existe, es imposible que exista al ser contra su propia natura y contra la propia voluntad de Dios. Es una doctrina surgida por y para burgueses acomodados -nacientes capitalistas- y para vagueza, con el fin de destruir la propia esencia y dogma católicos -por lo que el Nuevo Orden Mundial se ha encargado de recuperar 500 años después-.

El destino y su evangelio de la vagancia y el conformismo no existen. No tendría sentido pelear por lo que uno quiere, por querer tener una buena situación y aspirar siempre a mejores metas; tampoco tendría sentido intentar superar un problema, pues el destino se encargará de superarlo por uno mismo -o no hacerlo-. La única ley válida es la del esfuerzo y la de no conformarse con lo más fácil y cómodo.